El pasado 7 de septiembre, el cantante Carlos Vives publica en el periódico el Tiempo la columna: “Santa Marta 500 años, el pacto de nuestro origen” y en el recuadro de la fotografía de una calle del Centro Histórico de la ciudad, el redactor del diario escribe: “Carlos Vives recuerda la historia de la fundación de su ciudad, para desmentir comentarios que hablan de un origen violento”.

En vísperas del quinto centenario de la ciudad Santa Marta, un sismo histórico remueve las capas tectónicas del olvido, incitándonos a pensar en nuestra historia, y como ésta, hace sentido en nuestro presente. Dentro de esta efervescencia que propicia un debate serio sobre Santa Marta, considero importante hacer referencia a las declaraciones de Vives, como una oportunidad para ampliar la conversación y preguntarnos en cómo está pensándose la ciudad y cuál es el proyecto que esta idea de ciudad encarna.

Lo primero que es importante precisar, es que no existe posibilidad de pensar la historia de la colonización como un fenómeno no violento. Vives construye un relato empalagoso de un Rodrigo de Bastidas benevolente, “enamorado” de la Bahía caribeña. No considero relevante entrar al terreno de lo bien intencionado que pudo llegar a ser el colonizador sevillano, cayendo en el juego de mostrarlo como menos sanguinario que un Hernán Cortés o Francisco de Pizarro para glorificar su legado. El pensador afrocaribeño Aimé Césaire no lo pudo decir mejor: “los tiempos de la colonización nunca se conjugan con los verbos del idilio” (2006, 52). El asalto colonial siempre es un acto violento, porque involucra ocupación y despojo, alterando las dinámicas locales donde se instala, erosionando el orden social, las economías y las prácticas tradicionales de las poblaciones nativas; esto no puede obviarse documentado –de manera selectiva- en fuentes añejas de un autor de la primera mitad del siglo XX como Ernesto Restrepo Tirado. Bastidas era un colonizador, y, más allá de sus estrategias “menos atroces” de colonización, no podemos pensarlo por fuera de su subjetividad colonial ávida de oro y cuerpos para esclavizar.

Aquí cabe preguntarse: ¿Qué pasaría si pensáramos desde la otra orilla de la Hispanidad? ¿Qué pasaría si pensáramos desde los nativos que fueron despojados de sus tierras, explotados, torturados y secuestrados a sus esposas e hijos? ¿O si pensáramos desde los africanos esclavizados (Sinning 2002) que trajo Bastidas para la fundación de Santa Marta en 1525? El relato seguramente no tendría un carácter celebratorio y definitivamente sería más complejo.

Vives hace referencia al pacto de Bastidas con los caciques de la región, y nos lo presenta como el germen de un “pacto de convivencia equilibrada”, por lo que, cabe preguntarse: ¿Qué tipo de convivencia equilibrada puede haber entre un colonizador y un colonizado?; ¿Qué sentido tiene celebrar y culminar el proyecto colonial de este pacto, a todas luces, supremacista? Frente a la controversia suscitada por celebrar o conmemorar los 500 años de Santa Marta, este evento debería servir para reflexionar sobre ¿cómo hemos llegado a ser lo que somos?; también para preguntarnos, ¿cómo la Hispanidad hegemónica configuró este tipo de sociedad?, y ¿por qué no hemos podido ser de otras maneras más justas y democráticas?

No podemos perder esta oportunidad. No para sellar un pacto que encubre un borramiento del violento pasado colonial, pero, sí de una apertura hacia los otros, aquellos pensados en los márgenes de la Hispanidad, los que sufren con mayor rigor el olvido de su clase dirigente, incapaz de resolver los problemas fundamentales de la ciudad: como el agua potable, el alcantarillado, la pobreza y la violencia sistémica.

No dudo de lo bien intencionado de la invitación de Vives, pero sin historia no podemos saber quiénes somos y qué queremos ser. El pacto del origen que exalta Carlos Vives, es un pacto colonialista, el cual es el que ha existido ininterrumpidamente por cinco siglos, aunque al cantante de la tierra del olvido lo incomoden las formas, más no su estructura. Por eso la invitación es a abrir esta conversación incómoda para romper este pacto y su monólogo hispanofílico.

Referencia:


Césaire, A. (2006). El discurso de colonialismo. Akal: Madrid.


Sinning, E. R. (2002). Presencia de los negros en Santa Marta. Revista Palobra, (3), 84-93.

Publicado el 14 de septiembre en: https://www.opinioncaribe.com/